El Contrato Escolar
La visión del problema educativo no es la misma desde la mirada del docente, que desde la mirada de la dirección educativa, pero en términos generales parece que para ambos hubiese una “víctima” de todo el proceso y éste resulta ser el estudiante ya que, en mi caso, al interrogar a algunos de mis alumnos, en forma intencionada cuestiono: ¿vienes, o te mandan a estudiar? , la respuesta no se deja esperar. Ello ya nos dice algo de la motivación del estudiante por asistir todos los días a una comedia, la suya, mientras que el “victimario” intelectual resulta ser uno de los grandes ausentes en la tarea educativa o diríamos ¿formadora?, ahí, considero que coinciden ambas visiones, docente y directiva, el padre de familia nos hace rememorar aquellas comedias de Hollywood que tantas sonrisas nos sacaron “¿y dónde está el policía”; y, ¿dónde está el piloto? . Nos damos cuenta entonces que también, con toda nuestra experiencia y todo nuestro profesionalismo como educadores, con todas nuestras buenas intenciones de hacer algo trascendental con nuestro estudiantado somos parte de su comedia, esa que en algunos casos, muchos casos, llega a ser una tragedia personal. Nos cuestionamos entonces incesantemente sobre las estrategias didácticas más apropiadas para llegar con nuestro mensaje (particular) al estudiante y hacerle sentir interés por el estudio, pero a pesar de tales esfuerzos desafortunadamente algunos resultan infructuosos o su buen resultado es circunstancial y definitivamente limitado a un pequeño número de estudiantes, casi insignificante, frente al número total de ellos en el universo educativo nacional.
No parece un panorama alentador en el ámbito educativo ya que cada vez notamos que en nuestra tarea requerimos más del compromiso y la participación del padre de familia (y madre por supuesto), en términos generales de la familia. Aquella que en algunos casos nos obliga como institución a confrontar para que nos permita desarrollar sin tropiezos nuestra labor. Aquella que en las instituciones educativas nos hacen sentir “solos” o remando en sentido contrapuesto a sus expectativas quedando en medio un joven que no halla sentido aún a su existencia viviéndola según la fortaleza de los valores infundidos en familia, el manejo de las contradicciones y las oportunidades, es decir, estamos acompañando en un “proceso” educativo a un joven que en términos generales se siente infinitamente solo.
El producto de estas reflexiones profesionales, de entrevistas con estudiantes, padres de familia y colegas, en lo personal y como profesional de la educación, me dejan algunos sinsabores, uno de ellos, que la mayor parte del tiempo nuestra reflexión personal como profesionales de la educación nos limita a tratar de idear estrategias que le permitan al niño y al joven generar interés por el estudio, éste a pesar que hoy no resulta motivante para nuestros estudiantes, seguimos insistiendo en que debe serlo, pienso que debemos ahora generarle interés por su propia vida, por su propio Proyecto de Vida, más que por el cúmulo de contenidos y destrezas que deba haber en su cabeza, allí es donde le encuentro fundamento a la formación en competencias, a la integración de las áreas de conocimiento a la tarea colectiva de formar ciudadanos aptos para vivir y desarrollar la sociedad, para aportarle al Desarrollo Humano sostenible y sustentable, para aportarle al desarrollo de la nación, de la familia y del tejido humano.
Existen en nuestro país experiencias educativas que apuntan al desarrollo de estos procesos, pero igualmente adolecen de la presencia de la familia, de sus valores y sus principios. Es aquí donde considero que las instituciones educativas deben de dejar de ser el “guardadero” de muchachos y comenzar a exigir de la familia el protagonismo formador que tiene que tener. El Derecho a la Educación debe de dejar de ser el argumento para alcanzar la matrícula en una institución o centro educativo y convertirse en una fórmula de acción permanente y continua que permita el desarrollo de procesos articulados que den sentido a la existencia de nuestros niños y jóvenes, que den sentido a la función del maestro y a la inversión del Estado. No estaría por demás proponer un Contrato Escolar, el cual obliga a las partes, como cualquier contrato civil, a cumplir artículos, cláusulas y compromisos. Ello contribuiría más al desarrollo de la calidad en la educación que el atestar de estudiantes la aulas educativas, atestar de horas cátedra al docente, que exigir el llenado de formatos por parte de los docentes, que en últimas y por tradición se han convertido en simples formalismos que poco, a veces nada, contribuyen a los procesos de cambio de paradigmas educativos y formativos.